BARBOSA TURISTICA
  Banda de música San Antonio Municipio de Barbosa
 

ENTRE SONES Y CORCHEAS SE CONSTRUYÓ UNA HISTORIA

Banda de música San Antonio

Municipio de Barbosa

BERNARDO ANTONIO TAPIAS AGUDELO

 A mi esposa Adíela, a mis hijos e hijas y a toda mi familia, que de principio a fin me han apoyado en la realización de este sueño.


AGRADECIMIENTOS

 Al final salí de la oscuridad, y cuando abrí mis ojos me encontré en medio de un sin número de personas hermosas, todas con deseo de ayudarme en la construcción de algo muy significativo para mi pueblo. 

Para todos, mi reconocimiento de gratitud y un abrazo gigante. Para Alejandra María Sepúlveda, profesora, que ha sido mi mano derecha en la culminación de esta obra. A Carlos Mario Velásquez Ramírez, historiador, escritor y docente, mis más fervientes agradecimientos. A Juan David López Morales, quien muy gentilmente me revisó el libro en las correcciones finales de escritura y estilo. A Joel Tapias, ‘Litto’ y Señora, a Julieth Tapias, quien con sus amigos y amigas me colaboraron mucho, especialmente César. Para Abdías Madrid Arias, una persona con excelente don de servicio. Guillermo Zapata Carmona, docente, realizador del prólogo, un profundo agradecimiento. A mi hijo Carlos Mario Tapias, quien me ha apoyado en toda esta obra. A Diana Cecilia Velásquez, funcionaria del Despacho Parroquial. A Francisco Restrepo, ex funcionario de la Casa de la Cultura y a Luis Alfonso Flórez, por su apoyo a la memoria visual. 

A los alcaldes del municipio de Barbosa desde 1.988 hasta la actualidad, que me abrieron sus puertas: Gildardo Correa Restrepo, Guillermo Cano Henao, Eleuterio Londoño Molina, Nelson Darío Escobar Montoya, Francisco Benjumea Zapata y a Hernando Cataño Vélez, mi eterna gratitud. 

Y a todas las personas que de alguna forma han contribuido con la elaboración de este texto mil gracias. Y para los críticos, un reconocimiento especial porque me han enseñado a crecer. 



ÍNDICE

 

 

Prólogo

 Presentación

 1.    Marquitos narra la construcción de un sueño. 1.8851.943

 

2.    El premio por su amor a la música. Bernardo Antonio Tapias Agudelo. 1.946–1.963

 

3.    La Banda y sus presentaciones por el país. Manuel Ángel Tabares. 1.963–2.005

Anexos 

PRÓLOGO

 

La experiencia nos ha demostrado que los pueblos y las culturas que han dejado testimonios y rastros de todo su proceso histórico, tienen amplias posibilidades de visionar y perfilar su porvenir, de estructurar y de proponer el proyecto de ciudadano y de sociedad, ajustados a las necesidades integrales de su gente y de su época. 

Indudablemente las artes, y entre ellas la música, son un elemento benévolamente determinante en la formación del carácter y en el estilo de vida de los seres humanos, ya que se convierte en una herramienta clave para ayudar a sensibilizar al hombre, en una coyuntura histórica como la actual,  en la que los valores éticos y artísticos pasan por su peor crisis, producto de los fenómenos sociales que se viven en Colombia y el mundo, y que dan cuenta de la tendencia consumista y pagana de esta sociedad, impulsada desde y por los medios masivos. 

En esta atmósfera degradante y excluyente para las artes, la expresión musical autóctona que ha representado nuestra Banda a través de toda su historia, tiene que buscar sobrevivir, casi sobreaguar, en medio de una proliferación, de una invasión, de una infiltración obsesivamente comercial de géneros musicales propios y foráneos que, poco o nada, dan testimonio de nuestra identidad nacional y local. Porque, además, considero que ningún proyecto, individual o colectivo, ha hecho conocer más en toda la geografía nacional a esta “ubérrima patria preciosa”, como la denomina la maestra Elvia Gutiérrez, que La Banda San Antonio. 

Por eso, la obra que hoy nos ofrece Don Bernardo Tapias, producto de su tesón y paciencia, llega, muy oportunamente a recrear nuestra oxidada, nuestra desusada memoria histórica, a recorrer imaginaria, casi fantásticamente, los senderos, las trochas y las fondas camineras más olvidadas de nuestra geografía barboseña, por donde nuestros “héroes musicales” hicieron sentir su sinfónica presencia, a desempolvar las experiencias y las vivencias que el tiempo y las tendencias modernas ya se habían encargado de sepultar, pero que la tenacidad y el empeño del maestro Tapias se han encargado de revivir,  para el beneplácito de aquellos que ya nos habíamos resignado a tener unos referentes muy lejanos de la historia de nuestra emblemática Banda. 

Por fuera de su condición narrativa, este material debe asumirse como una herramienta que involucre y trascienda los espacios pedagógicos, culturales y sociales, para que las demás generaciones de barboseños sepan de la posibilidad de otros espacios y estilos de vida, en los que la tendencia altruista y la sana convivencia están definidas y garantizadas por la vocación musical de su gente. 

 

Luis Guillermo Zapata Carmona

Pedagogo barboseño


PRESENTACIÓN

Luego de arar la tierra desde mi niñez y afrontar las vicisitudes de una infancia difícil, en compañía de las vacas que debía cuidarle a mi padre en la vereda el Peñasco, que con su solo nombre generaba escalofrió en mis escasos años, pude tener la sensibilidad de comprender que la música de la naturaleza se conectaba con los sones y corcheas que el futuro me depararía cuando, a los 16 años, fui el director de la Banda de Música de Barbosa, Antioquia.

 Recordando años después aquella entrevista para el periódico Enlace Comunal[1] sobre mi vida y mi participación en la Parroquia y en especial en la Banda musical, quedé bastante motivado para construir su historia, la historia de un pueblo que aún recuerda las retretas sobre el atrio de aquellas calles empedradas y las sonrisas de sus gentes. Aún más, cuando retomé las rutas de las fuentes orales y de algunas escritas, en especial el libro de los doscientos años de Barbosa[2], en las que hablan de una temporalidad muy posterior a lo que un grupo de campesinos nos tocó vivir en sangre propia desde sus inicios, y los cuales no aparecen en el texto dirigido por Víctor A. Téllez. Lleno de entusiasmo y deseos de hacer algo por mi pueblo me dije: Voy a escribir la historia de la Banda de música de Barbosa”.  

 Este es un relato escrito a tres voces. La historia comienza con un protagonista muy importante que vale la pena recordar, Marcos Tapias,


[1] Edición  N° 5 de abril y mayo del 2.007.

[2] Barbosa, Antioquia. 200 años de historia, 1795-1.995. Téllez, Víctor A. (director), Alcaldía de Barbosa, publicación conmemorativa. 1.995.
 

Marquitos[1], enamorado de la música, y sobre todo, gran maestro de maestros, de aquellos campesinos que por fin tuvieron otra alternativa para disipar la mente desde la montaña. En 1.945, Marcos me entregó la dirección de la Banda, de la cual estuve cargo hasta 1.963, y por eso la mía es la segunda voz del relato. En ese año me recibió la dirección Manuel Ángel Tabares, quien la ejerció hasta el 2005. Él es la tercera voz. 

En 1.943, a mis 13 años e inquieto por la música ya que desde los 8 años tocaba el tiple, inspirado en las tardes de música en la casa de mi tío Abraham Agudelo, cuando él interpretaba este inspirador instrumento y mi madre, Benilda Rosa, cantaba hermosas canciones, que inundaban de poesía aquellas tardes junto al fogón de leña, estimulado en estas memorias familiares y en la confianza que me brindaba Marquitos, quien también sentía el mismo amor por el tiple, le pedí que me contara cómo se había formado la Banda del pueblo, en qué años y quienes habían sido sus protagonistas durante todo ese tiempo. Para sorpresa mía, Marquitos guardó unos segundos de silencio y me dijo:

 –Yo nunca pensé en estas cosas y mucho menos en que usted me haría una petición tan importante como esta. –Y continuó diciendo– Voy a hacer memoria para contarle todos los pasajes y luchas vividas en estos 34 años. 

Lo que me contó mi primo lo escribí con mi puño y letra en unas hojas de cuaderno y las guardé como un tesoro junto a algunas de las partituras de mis canciones, debajo de la estera de mi cama, y allí estuvieron albergadas durante 54 años, bien protegidas, hasta que me invadió el deseo de escribir, sin tener la preparación necesaria para emprender semejante empresa. Si bien esta primera parte tiene mucho de lo que mi primo dijo, yo le agregué, guardando respeto a su memoria, algunos apartes históricos consultados con el fin de hacer más interesante lo narrado. 

La segunda parte de este texto abarca desde el año 1.945 hasta el año 1.963, tiempo en que yo integré la Banda, ya que fui su director por transcurso de 18 años. Todo lo que aparece allí es producto de mis propias vivencias, recordando desde mi niñez en aquella vereda cuando escuchaba la música de la naturaleza, cuando me llevaban al pueblo a las procesiones y gozaba al escuchar la Banda, lo que encendió la llama musical y, para mantenerla iluminada, debía realizar por muchos años oficios musicales como el trabajo con dos tríos: Voces de mi pueblo y Voces del ayer; y dos orquestas de baile: Orquesta de Oro y Los Incognitos, que me darían como producto levantar con esfuerzo una numerosa familia y al mismo tiempo alternar con la música que es mi gran pasión. 

Durante este tiempo, además de dedicarme a mi familia, integrada en ese entonces por mi esposa Mariela Agudelo y mis once hijos, Aldemar, Javier, Dora, Marielita, Bernardo Joel, William, Estela, Martha, Ángela María, Silvia Inés y Bibiana –más tarde, cuando vivía en Medellín, nació mi último hijo, Carlos Mario–, me desempeñaba como sepulturero y obrero de construcción. Además, en el año de 1.955, trabajé como sacristán de la Parroquia, todo ello acercándome a la música, pues más tarde desempeñé el papel de corista hasta el año de 1.968. 

Para el año 1.963, hasta el 2005, el director de la Banda de Barbosa fue el maestro Manuel Ángel Tabares, hombre estudioso de la música, decorador del templo de San Antonio por varios años y oficial de construcción; quien me entregó unas memorias históricas que él escribió sobre su permanencia en la Banda de Barbosa, documento que me ayudó notablemente para la construcción de esta investigación musical. Allí se pudo constatar la magnífica labor que emprendió durante tantos años para consolidar una historia melodiosa importante. No obstante, el maestro Ángel, por cuestiones de salud, le cedió la batuta a su hijo Fernando Ángel Vahos[2], magistral intérprete del trombón de vara, todo un estudioso musical. Por lo tanto, esta parte de la historia se basa en estas memorias y que, gracias al conocimiento de algunos de los hechos que yo experimenté en esa época, pudieron consolidar mejor este trabajo. 

Desde el 2005 hasta la actualidad es muy poco lo que se conoce de la historia de la Banda de música de Barbosa, por esta razón desearía que los músicos que hicieron parte de la agrupación durante esta época, terminaran de escribir la historia de nuestra Banda, ante lo cual estaría profundamente agradecido, y sé que las generaciones venideras, también se los reconocerían en un gesto amable de gratitud con un grupo de campesinos que, con las uñas y muchas dificultades, hicieron lo posible para consolidar una Banda que hoy se ofrece con las mejores garantías a las generaciones venideras. 

Con el fin de que este escrito no se base sólo en la memoria oral o anecdótica, tiene también el rigor y la importancia de una temporalidad historiográfica de los fundadores de la Banda, además de conocer sobre la dirigencia política de cada una de las épocas en las que está separado el texto, para poder entender algunas de las causas y problemas de orden público. Todo ello, para contextualizar el avance o retroceso de la Banda de Barbosa y su relación con el Estado y la población. Consideré oportuno averiguar un poco sobre algunos compositores colombianos, en especial los antioqueños, quienes influyeron en las composiciones de la Banda, e integré algunas de las biografías de estos personajes y algunas de sus obras musicales sobresalientes como anexos.


[1] Marcos Tapias Cardeño (1.904-1.948), también llamado Marquitos. Hijo de Francisco Tapias y Mercedes Cardeño. Desde los cinco años estuvo al lado de su abuelo: Luis María Tapias, quien fue su tutor en la vida y en su carrera musical. Agricultor, propietario de una tienda de abarrotes y pionero del desarrollo musical de la Banda de Barbosa desde 1.925 a 1.945. Primo del autor, Bernardo Tapias Agudelo.

[2] Luis Fernando Ángel Vahos, hijo de Manuel Ángel y Dolores Vahos. Además de director de la Banda da Barbosa en los años 2.005 al 2.012, se desempeñó como contador y asistente de administración en compañías como Calzantioquia, Panam de Occidente, entre otras.

 

Es mi gran deseo que este texto sirva para dar a conocer la historia de la Banda de música de Barbosa y tener a esta agrupación como un patrimonio vivo de nuestro municipio, que ha sido parte central de la cotidianidad, del vivir y del sentir de los barboseños durante el último siglo de existencia, para que los semilleros que ahora están empezando por el camino de la música, valoren la historia de la Banda, aprendan de ella y sigan aportando a que sus notas musicales no dejen de sonar jamás.

  1. Marquitos narra la construcción de un sueño. 1.885 – 1.943

         Comienza la historia. 1.886 – 1.914

             En toda la esquina del parque Santiago de los Caballeros[1], estaba ubicada la tienda de abarrotes de mi primo Marquitos. Cada sábado bajaba sin falta a charlar con él. En una de esas visitas, cayendo la tarde, en un sábado de 1.943, cuando la clientela ya se había ido cargada con su mercado para sus casas, le pedí que me contara cómo se había conformado la Banda. Él, tras una sonrisa y después de sorprenderse por mi petición, me dijo que pensaría bien lo que había sucedido durante esos 34 años y que el próximo sábado me contaría. 

            Esos ocho días se me volvieron eternos, pero por fin se llegó la hora y Marcos, en el mostrador de su tienda, comenzó así la historia: 

            –Según mi abuelo Luis María, a partir de 1886, la situación política de Colombia era caótica –era el inicio de la regeneración y el presidente Rafael Núñez iniciaba un nuevo panorama político conservador en Colombia–, a tal punto que mi familia y muchas más de origen campesino vivieron una persecución social tan desesperante que tuvimos que vender a cualquier precio las parcelas, ubicadas  entre los sectores Yarumito y Popalito, que estaban a dos horas de camino del Parque Principal, para emigrar hacia el pueblo de Barbosa, algunos temporalmente, y otros resolvieron quedarse allí, por alguna oportunidad que les brindó el destino. Uno de los que decidieron quedarse en Barbosa, fue mi abuelo Luis María, quien compró una casa en el marco de la plaza en la carrera 11 (Arboleda), entre la calle 5 (Nariño) y calle 16 (Córdoba), marcada con el número 15–3. 

            Allí se instaló con su esposa Lucía Osorno y sus hijos. En una de las piezas acondicionó un local y surtió una tienda de abarrotes que poco a poco le deparó un buen porvenir, con un excelente nombre ante la sociedad y una solvencia económica para sus hijos, Francisco, Rafael y dos hijas de las que no encontré el nombre en el despacho parroquial. En dicha entrevista, le pregunto de nuevo: 

            –¿Marquitos, cómo era el pueblo de esos tiempos?

            –No era como ahora, en esa época eran cuatro calles y cuatro carreras. Las aceras y los caños de las casas eran en piedra, a los empedrados les hacía mantenimiento el municipio con los presos y así les rebajaban la pena. En invierno era una pesadilla porque la mayoría de las casas no tenían letrinas y todo corría por los caños y calles, situación muy natural en ese tiempo. Una parte típica del pueblo eran las casas de las salidas para Medellín, Puerto Berrío y Concepción, pueblos vecinos. Grandes casas de bahareque y techos de paja. Mi abuelo vivió muy bien con su familia en la casa del pueblo, hasta que comenzó la Guerra De Los Mil Días (1.899–1.902) en la que se llevaron a mi tío Rafael María. Pero tuvimos buena suerte porque a los seis meses regresó…   

            “Me contó mi abuelo que días después del regreso de mi tío, se casó Francisco con Mercedes Cardeño, estos fueron mis padres; y en ese mismo año se casó mi tío Rafael con María de Jesús Osorno. En esos meses, en vista de que después de la Guerra eran muy pocas las fuentes de empleo para sus hijos, que además ya tenían familia, mi abuelo negoció una finquita en la vereda El Viento, ubicada en la parte alta de Barbosa, lindando con las veredas Potrerito, El Hoyo y la quebrada Dos Quebradas, donde vivieron sus dos hijos: Francisco, mi papá, y mi tío, Rafael María. 

            “Si bien la vereda, era muy acogedora, bonita y tenía una quebrada que pasaba por toda la finca que la embellecía más, me tocó dejarla. Debido a lo distante que quedaba del pueblo y la falta de escuela, mi papá aprovechó el amor que me tenía mi abuelo para cuidarme. Desde ese momento, yo empiezo a hacer parte de esa familia y a mezclar las vivencias de mi abuelo con las mías”. 

         Banda de Música, un sueño hecho realidad

             Tras la llegada de Marquitos a la casa de sus amorosos abuelos paternos, Don Luis María y Doña Lucía Osorno, él comenzó a ser testigo de la creación de la Banda de Barbosa, tal como me lo narró aquella noche de sábado en un pueblo que aún conservaba solo la luz de las estrellas. Sobre el mostrador reposaba tibiamente el final de una vela sobre la mesa. 

            “Luis María Tapias, fue un hombre que, a principios del siglo XX, inició una época especial en su tienda, que estaba ubicada en la mitad de la cuadra del parque Santiago de los Caballeros, a donde llegaban todos sus amigos en las horas de la tarde con sus tertulias, para charlar, compartir ideas musicales y sueños. Y fue allí, en aquel lugar tan especial, cuando optaron por formar un conjunto musical, de la siguiente manera; Luis María Tapias en la bandola, José Manuel Burgos en el tiple y Jesús Monroy en la guitarra. Todos ellos hombres humildes, artesanos del pueblo que alternaban los oficios con los que se ganaban la vida, con la música, que era su verdadera pasión.

            Con el tiempo y estudiando con la luz de unas velas y una lámpara de petróleo, el único alumbrado que había para las noches en esos años, la oscuridad no fue un obstáculo para montar, meses después, un repertorio con música de la época: Flores Negras (pasillo de Julio Flórez), El Enterrador (bambuco de Francisco Garás), No hay como mi morena (Jorge Añez), Flores de Mayo (Ricardo Palmerín), La Múcura (Antonio Fuentes), Las campanas del olvido (DRA), Asómate a la ventana (bambuco de Alejandro Flórez), entre otras. Todas ellas de compositores colombianos de finales del siglo XIX.[2]


[1] Hoy, Parque Diego Echavarría Misas o “Parque de Arriba”.

[2] Autores de música colombiana de fínales del siglo XIX. Julio Flórez, Francisco Garas, Jorge Añez, Tomas Ponce R, Toño Fuentes, Los hermanos Alejandro y Julio Flórez, entre otros. 




Partituras de mi archivo personal, compradas en el almacén de música de Alfonso Vieco, hermano de Carlos Vieco, en los años 50. 

            “Mi abuelo Luis María y sus compañeros abrieron con su música un camino árido, debido a un problema socio-económico y lleno de pobreza, factores que negaban toda posibilidad para salir adelante. Esta situación era como un dolor de cabeza que solo se combate con antídotos”. Esto fue precisamente lo que hicieron estos hombres con sus instrumentos y sus voces; bloquear una pesadilla y engendrar el amor a la cultura de la música, cambiando la fisonomía triste del hombre cansado, por la alegría hogareña que se siente cuando nos nace el primer hijo. 

            A pesar de mi corta edad escuchando el relato de Marquitos, vibraba con cada palabra; miraba con nostalgia el recuerdo que se mezclaba con el olor de tabaco de cada humarada en el aire, sobre las pilas de maíz en el granero espeso y tupido de frijoles y petacos recién cosechados en veredas distantes. Sin embargo, continuaba su relato con la misma pasión que con la que inició cuando le hice la primera pregunta sobre la fundación de la Banda de Barbosa:   

            “(…) El párroco de la Iglesia de Barbosa, Andrés María Gómez[1], escuchaba y disfrutaba de las serenatas que los músicos interpretaban todos los sábados por la noche, hasta que un día del mes de febrero de l.914, surgió en su cabeza la idea de formar una Banda de música, idea que no dejó madurar mucho tiempo, por que pronto se dio a la tarea de averiguar cuáles eran los personajes que interpretaban magistralmente esas melodías. 

            “El padre Andrés, finalmente visitó a mi abuelito, Luis María Tapias, que era el director del conjunto hasta el momento, a quien, después de saludarlo, le contó de esas tonadas producidas por esas serenatas, las que compartía y disfrutaba con la gente que salía a escucharlas:

             –Don Luis, estas serenatas, esa alegría de la gente y esas procesiones al pie de los músicos, me han dado la idea de formar una Banda para acompañar los actos religiosos. Es la razón que tengo para venir a visitarlo. – Mi abuelo se puso feliz y le contestó:

            –Padre, yo también he soñado lo mismo pero la situación económica no me deja pasar de ahí, pero ahora que tengo con quien compartir esa magnífica idea, me pongo a su servicio para trabajar en la cristalización de este sueño y desde ahora voy a hablar con mis compañeros y amigos y, cuando tenga el personal disponible, lo visito. 

            –Don Luis: me voy feliz con ese invaluable aporte suyo, hasta luego y seguimos hablando.

 

            Don Luis María, por un momento se quedó estático, pero de inmediato hizo eco de esta idea que se expandió rápidamente por todo el pueblo, ya que algunas vecinas que se mantenían en las ventanas de las casas, se encargaron de propagar rápidamente la maravillosa noticia. 

            Sus amigos no vacilaron en ir donde don Luis María a preguntar:

            –¿Es cierto ese comentario que está haciendo la gente, que se va a crear una Banda en el municipio? 

            –Precisamente estaba esperándolos para conversar del asunto, porque es en serio y le di mi palabra al Padre confiando en ustedes por que la propuesta es muy tentadora y de mucho honor para todos. Espero la respuesta y la colaboración, para que entre todos reunamos un personal de no menos de diez o doce miembros por ahora. 

            Los amigos salieron sin decir nada y a las tres horas regresaron con ocho músicos de la calle y le dijeron:

            –Don Luis, aquí estamos diez hombres a su disposición porque queremos ser parte de la Banda y que sea la voluntad del padre y la suya. 

            –Muchas gracias por esta maravillosa decisión y además quiero que me acompañen el próximo sábado para ir a la casa cural y que el padre sepa qué instrumentos debe comprar por ahora y también para que se dé cuenta que estamos listos. Yo sé que esto lo va a motivar mucho para seguir adelante con su idea. 

            Mientras don Luis y sus compañeros se preparaban en la organización del grupo y el papel de cada uno dentro del mismo, en las calles la gente comentaba… “¿Qué van a formar una Banda de música?”, era la pregunta en todas las calles. Las señoras… “¿Oíste la noticia, querida?”, “Ay sí, ¿cómo te parece? Ese es un milagro”. “Sí mija, es un milagro”. 

            Esto se debió a que en el pueblo había una soledad, como un temor, debido a los problemas políticos y cosas así. Fueron los resultados de la Guerra de los Mil Días en todo el país. Mientras estos comentarios se esparcían por el pueblo, el padre ya estaba haciendo gestiones para la consecución del instrumental para la Banda. 

            “Apenas ocho días después de realizada la propuesta, se concretó lo que tantos querían y a las diez de la mañana, un día de finales de febrero de l.914, en el despacho parroquial, don Luis María y todos sus entusiastas músicos se reunieron con el Padre, y cada uno expuso por qué quería ser parte de la Banda. Después que él escuchó estas referencias les dijo: 

            –La  música es un arte que se lleva en la sangre, así lo han manifestado ustedes en sus serenatas, de las que yo también he participado con la alegría que siento cuando las escucho, tanto que estos deseos forman parte del sueño en que estamos metidos ustedes y yo. La buena nueva que les quiero comunicar hoy, es que el instrumental para la Banda fue donado por las familias Echavarría Misas y Cadavid[2], para ellos nuestra gratitud y reconocimiento.

             “Después de estas emotivas palabras, pasaron a elegir el director y, Arturo Parra, uno de los participantes, expresó que daba su voto por don Luis María, porque era muy exigente y correcto. Los demás músicos fueron dando sus argumentos de por qué querían que don Luis fuera el director, y al final, con un resultado de doce a cero, quedó nombrado don Luis María Tapias como el primer director de la Banda de Barbosa, quien, como primera labor, organizó la Banda de la siguiente manera:  Luis María Tapias, trompeta y director de la Banda; Arturo Parra, ‘Parrita’, trompeta; Alberto Osorno, clarinete; Pedro Pablo Alzate, clarinete; Juan María Ríos, barítono; José Antonio, barítono; Abraham y Jesús Monroy, ambos en el trombón; José Cárdenas, el bajo; Felipe Chaverra, redoblante; y José Manuel Burgos, bombo y platillos”.


[1] El presbítero Andrés María Gómez, ejerció su sacerdocio en el municipio de Barbosa desde diciembre de 1.909. 

[2] Estas dos familias prestantes del municipio de Barbosa, tenían varios negocios en la ciudad de Medellín. La familia Echevarría Misas, dueños de la fábrica de textiles de Coltejer y la familia Cadavid, los propietarios de las Ferreterías Bolívar.


Andrés María Gómez   Cura Párroco de San Antonio



Luis María Tapias Agudelo
Primer director de la Banda de Música

 

         Origen o razón de ser del nombre de la Banda de Barbosa 

 

            Marcos me contó que, luego de elegir al capitán que comandaría esa embarcación de músicos, venía una nueva tarea: escoger el nombre que tendría la Banda. Es por eso que, al finalizar el acto inaugural, el padre Andrés María lleno de alegría expresó a todos los asistentes: “Como a mí me gustaría que la Banda llevara el nombre de San Antonio, uno de los patronos de Barbosa, les voy contar esta historia: 

            “El 12 de junio de 1.795, don Gabriel Ignacio Muñoz donó los terrenos para el poblado de Barbosa, exigiendo que los patrones del municipio fueran la Virgen de Guadalupe y San Antonio de Padua. Desde pequeño, a este santo le gustaba ir a misa todos los días, fue el niño preferido de un tío quien tenía una huerta en su casa. Un día ese tío le dijo: ‘Fernando, necesito que me cuide la huerta, porque los pájaros están haciendo daños’. Fernando se fue a la huerta y cuando vio tantos animalitos dijo: ‘¿Qué hago?’ Entonces abrió la puerta de la troja que era como un garaje y les dijo: ‘Entren acá, porque tengo que ir a misa’; los pájaros entraron y él cerró la puerta. Cuando salía de misa, su tío lo vio y le dijo enojado: ‘Fernando, ¿acaso no estabas cuidando la huerta?’ ‘Sí –contestó–, vamos para que mire. El tío no vio pájaros, y le dijo: ‘¿Dónde están?’ El niño abrió la puerta y salieron los pájaros. ‘¿Cómo hiciste eso?’ ‘Yo les dije que entraran acá mientras iba a misa.’ Cuando entró a la comunidad Franciscana, se cambió el nombre por Antonio, que significa ‘Defensor de la verdad’ y se lo colocó en honor a San Antonio Abad. Otra de las anécdotas de San Antonio, que lo llevaron a que fuera nombrado como “El santo de los milagros”, fue que, en una ocasión estaba predicando en un pueblo distante, tuvo la visión de que en el solar de la casa de su padre habían encontrado un cadáver, y su papá estaba preso por sospecha. En ese momento se trasladó a la comisaría y explicó su visita y le pidió al comisario que fueran al cementerio con su padre. Una vez allí hizo exhumar el cadáver y después que le ordenó levantarse le preguntó señalando a su padre: ‘¿Este señor fue el que lo mató?’, ‘no señor, este señor no fue...’, ‘vete a tu puesto’. Y mandó a que lo taparan nuevamente. ‘Pregúntale quien fue el autor’, sugirió el inspector. Y él respondió: ‘Yo no vine a condenar a nadie sino a salvar al inocente’, y desapareció.  San Antonio murió muy joven el 13 de junio de 1.231”.

Santos patronos de Barbosa, a petición de Gabriel Ignacio Muñoz.

             El padre Andrés María concluyó diciéndoles:

            –Ya escucharon algo de San Antonio de Padua, uno de los patronos de Barbosa. Esta es la razón para que la Banda lleve el nombre de San Antonio. ¿Qué opinan?– Y don Luis María dijo:

            –¡Padre, estoy de acuerdo, me parece muy bien!

            –Entonces no hay más que decir –Afirmó el padre–. ¡Que viva la Banda San Antonio! – Y se dirigió a los nuevos músicos, diciéndoles– Quieran mucho a su director don Luis María Tapias porque es una persona invaluable. 

            Después que el padre les dio las gracias, los bendijo, se despidieron y salieron felices con la historia que él les contó, haciendo planes sobre el gran compromiso que cada uno tenía para abrir ese hermoso camino de la música.” 

            De acuerdo a lo anterior, se ve que la fundación de la Banda de Barbosa fue en el año 1.914 por el padre Andrés María Gómez y el señor Luis María Tapias, tal como lo narró mi primo Marcos.  Esto corrobora que la fundación de la Banda no fue responsabilidad del padre Juvenal Vásquez, como está narrado en el libro de los doscientos años de Barbosa. De acuerdo a información suministrada por la parroquia de San Antonio de Padua, él llegó al municipio de Barbosa en el año de 1.920. Sin embargo, el padre Juvenal fue un enamorado de la música y gran impulsor de ella y de suma  entrega a su feligresía, según comentarios de nuestros ancestros. 

         Primer director de la Banda de música de San Antonio de Barbosa, Luis María Tapias Agudelo. 1.909-1.924

 

            Mientras el país era conducido por el presidente Rafael Reyes, don Luis María comenzaba a dirigir a sus nuevos pupilos, tal como lo relató Marquitos: “Después que mi abuelito tomó la dirección de la Banda, le dijo a sus compañeros: ‘esta es una respetable familia donde se va a compartir hasta un vaso con agua, donde cada idea personal sea divulgada y comunicada para que tenga los méritos posibles’. Los objetivos de la Banda serán:

            El primero es abrir un camino empedrado de fiestas, con los bordes sembrados con el jardín de la esperanza y las flores de la alegría, con los Himnos de los Santos, Himno de la Patria, del Departamento y por supuesto, el Himno de nuestro pueblo. El segundo objetivo es, con la música, darle colorido a las fiestas parroquiales como las de San José, Semana Santa, la “Semana Mayor”,  Jueves de Corpus Cristi, San Antonio de Padua, La Virgen del Carmen, El Señor Caído, La Inmaculada y otras. El Tercero es amenizar las fiestas patrias y las de carácter municipal. Y el cuarto es amenizar las fiestas de los otros pueblos, para representar lo más dignamente posible, nuestro municipio.” 

            Contaba Marquitos que el padre le facilitó la sacristía a su abuelito para que hicieran los ensayos, porque allí había más privacidad, pero ocurrió todo lo contrario. La calle se colmaba de gente anhelante de oír, lo que convertía aquello en una fiesta que se acababa cuando la Banda terminaba el ensayo. 

 

            Para Marquitos, el haber tenido todas esas vivencias, presenciar esos ensayos, estar en primera fila siendo observador de ese abuelo líder, emprendedor y enamorado de la música, fue algo que influyó mucho en él, tanto que, al recordarlas, me dijo con nostalgia: “Yo, que apenas tenía 5 años, era conducido de la mano de mi abuelito, quien me enseñaba, me explicaba todo, me toleraba y prácticamente él fue quien me crio e hizo de un niño, un hombre y un mensajero de su obra.” 

 

          Día de San Antonio De Padua. Primera fiesta, 13 de junio de 1.914

 

            Después de muchos ensayos llegó el momento que todo un pueblo esperaba, escuchar a la Banda en su primera presentación. Es por eso que el día de la fiesta de San Antonio de Padua, según narró mi primo:  

            “Cuando llegaron los músicos al atrio de la iglesia el día de la víspera de la fiesta, a las 5:00 p.m., ya estaba el Padre en medio de una muchedumbre esperando la Banda, pero no había dónde instalarse. El padre pidió colaboración y pronto se organizó todo y empezaron a tocar en medio de aplausos y vivas a la Banda, mientras algunos curiosos miraban a los músicos de arriba a abajo para ver cómo estaban vestidos.” 

            A pesar de estar todos de pantalón de paño negro y camisa blanca, observaban los cuellos y los puños de las camisas para ver si estaban bien almidonadas y aplanchadas, algunas señoras les miraban los pantalones para evaluar la calidad del paño. En cuanto a los pies, unos tres o cuatro estaban acostumbrados a usar zapatos, los demás eran campesinos que nunca habían usado esta clase de atuendos, ya que sus pies eran como un par de aplanadoras, lo que los obligó a comprar zapatos con un número más, pero se trataba de estar bien presentados, por lo que pagaron la penitencia de domar los cueros para darle el visto bueno a su Banda en este acontecimiento nunca antes visto en el pueblo; aunque no dejaba de ser una hazaña acostumbrarse a manejarlos. 

            “Yo –continuó Marquitos con su relato– era como un chicle pegado a mi abuelito, escuchando y observando todo. Para esta fiesta, el padre le pidió al párroco de Copacabana un refuerzo para solemnizar la salve y la santa misa con tres sacerdotes. Las señoras más pudientes, con sus esposos, se hicieron presentes llevando telones, flores y lo más necesario para engalanar a San Antonio en su día.  Se estrenó la Banda de música y se vio un pueblo lleno de una emocionante alegría, producto del optimismo de un sacerdote que hacía todo lo mejor para su gente. Después que terminó la salve, el padre invitó a la gente a presenciar los juegos pirotécnicos en el parque.   

            “La Banda se situó en el atrio, en medio de un corrillo de hombres y mujeres que miraban, escuchaban y comentaban… ‘El padre Andrés Gómez parece que hubiera tirado la casa por la ventana para hacer todo esto tan hermoso… ¡La salve, ese altar a San Antonio, la Banda, los juegos de pólvora…!’ 

            “La Banda madrugó a las cuatro de la mañana del 13 de junio a tocar la alborada, que era un recorrido por todas las calles y terminaba en el atrio justo a tiempo de la misa de 5:00 a.m. Esa mañana no cupo la gente en la iglesia, lo cual era obvio porque desde el día anterior parecía que las veredas se habían quedado desiertas, así como las casas del pueblo. Eso no quedó casa ocupada. 

            “A las 9:00 a.m., llegó la Banda muy bien presentada para iniciar la entrada a la Santa Misa, que estuvo asistida por las autoridades parroquiales, municipales y los centros educativos. A las 12 del mediodía, se inició la procesión con la imagen de San Antonio, con la asistencia del señor alcalde Andrés Botero Guerra y su gabinete administrativo y los profesores de las escuelas con todos sus alumnos. 

            “También, se contó con una nutrida representación de los municipios cercanos como Concepción, Alejandría y San Vicente, que nunca habían visto algo tan hermoso. Se unieron a participar de la fiesta, todos montados en sus bestias, protagonizando un hermoso desfile al frente de San Antonio, dándole un majestuoso colorido al día de nuestro patrono. A eso de la una de la tarde terminó la procesión, pero no la fiesta para la gente, porque hasta muy tarde las tiendas seguían llenas y con algunos borrachitos que no pueden faltar en todo lo que se llame fiesta. 

            “Al día siguiente con toda persona que uno se encontraba, ‘¡Qué fiesta la de ayer! ¿No? ¡Qué fiesta!’ Ese día, mientras almorzábamos, le hice preguntas y preguntas a mi abuelito sobre lo acontecido en las fiestas y me dijo que estaba muy contento porque todo había salido a las mil maravillas, que había sido un éxito completo. También me dijo que muy temprano lo visitó el padre en compañía del señor Alcalde a felicitarlo y que habían hablado de las fiestas patrias y las del municipio, lo que lo alegró mucho, porque ahí hablaron de las fiestas del 20 de julio para que la Banda participara en ellas.”




Copia de la partitura de la Banda, comprada por Luis María Tapias en 1.922 en el almacén musical de Alfonso Vieco. Archivo personal.

           Deseo de Marquitos de ser músico

             En esos años sólo se veía un pueblo adolorido, pobre, sumido en un limbo donde las diferencias políticas limitaban las puertas de la esperanza, pero que en buena hora llegó la música y abrió nuevos espacios con su presencia en las tertulias hogareñas, en las reuniones de carácter cívico, en las serenatas y en las fiestas populares… Eso fue muy importante porque cambió el vocabulario de guerra, desplazamientos, impuestos, por música, canciones, serenatas y tertulias musicales que transformaron en gran parte un panorama opaco, triste, por otro de alegría, de fiesta y de vida que se fue adhiriendo a cada persona.

             La Banda de San Antonio significó un gran cambio para el pueblo, tal como lo afirmó Marquitos cuando me expresaba lo que su abuelo le contaba:

 uando mi abuelo me contaba esto se llenaba de mucha alegría y a mí me llenaron de pasión por la música y le pedí que me enseñara a manejar algunos instrumentos, como la guitarra y la bandola, lo que hizo de inmediato con algunas prácticas que me dieron luces para meterme más profundamente en ella. Esa llama encendió la fiebre de ser músico. La resistí hasta que cumplí trece años, tiempo en el que ya tocaba la guitarra, y en el que mi abuelito no vaciló en llamarme a colaborarle en el conjunto de cuerdas.” 

 

         Grupo musical de Marquitos

 

            En 1.920, después de seis años de existencia de la Banda de música de San Antonio y de una gran labor humana en la parroquia, el padre Andrés María Gómez fue sustituido por el párroco Juvenal Vásquez. Afortunadamente, éste sacerdote llegó con deseo de servicio para el pueblo barboseño y con anhelo de impulsar a la Banda, gracias a su amor por la música. Además de seguir apoyando la Banda musical, también innovó la Semana Santa en Barbosa, porque él compró algunas imágenes religiosas y con ellas realizó una hermosa procesión el domingo de ramos y de pascua con la imagen del señor resucitado. 


Procesión de resurrección llegando al Parque Simón Bolívar, de Barbosa. Sin fecha. Fotografía de archivo, Casa de la Cultura.

            En Barbosa, la fiesta de Semana Santa comenzó con dos procesiones únicamente, por razones económicas. Pero lentamente se fueron superando gracias al empuje y al amor de estos párrocos por su feligresía, logrando darle a las fiestas el colorido admirable que tienen en la actualidad. Durante todo el tiempo que el padre Juvenal estuvo al frente de la Parroquia y de la Banda de música, de 1.920 a 1.926, mi primo Marquitos fue parte importante de ella. Él me contó que: 

            “En el año de 1.920, mi papá, Francisco, adquirió una casa en la carrera 11 (Arboleda) con calle 16 (Córdoba) y me cedió el local de la esquina, donde con la ayuda de mi abuelito, me enseñó cómo montar un negocio y cómo administrarlo. Mi tienda, además de brindarme el sustento para mi familia, me sirvió como excusa para practicar lo que más me apasionaba, la música.  Siguiendo los pasos de mi abuelito, formé un grupo musical con el nombre de Ecos Montañeros, conformado así: Ernesto Ochoa, primera voz; Gerardo Gil, segunda voz; Eliseo Osorno, clarinete; Joaquín Tapias, tiple; Luis Tapias, guitarra; y yo, quien tocaba la bandola y dirigía el grupo. 

            “Todos con una calidad musical muy buena. Nos dedicamos al estudio de canciones de esos tiempos y con una magnífica aceptación del público. Tocábamos variedad de canciones muy populares en la época como: Por un beso de tu boca, del compositor Eduardo Cadavid y Guillermo Quevedo, Cuatro Preguntas de Eduardo López y Pedro Morales Pino, La Palomita, que es de compositor anónimo, El Enterrador de Francisco Garás y Flores Negras del conocido compositor Julio Flórez,  entre otras. 

            “Muchas veces integrábamos el conjunto de mi abuelo con el mío y formábamos una estupenda Banda para las tertulias sabatinas, de las que brotaban las serenatas que llenaban las calles de fiesta. Este espacio fue uno de los más importantes que compartí con mi abuelo, recibiendo sus más sabios consejos y enseñanzas para mi futuro, dejándome su mejor herencia y lo más valioso que he recibido.

 

            “A comienzos de 1.922 llegó mi abuelo y me dijo:

            –Necesito inyectarle a la Banda más personal. ¿Usted y sus muchachos me pueden colaborar?

            –Sí abuelito, el conjunto ya sabe de lo que hay que hacer y estamos llenos de deseos de participar en la Banda. – Él se puso feliz y concluyó:

            –Nos vemos en el ensayo. 

            Con esta petición quedamos vinculados a la Banda mis hermanos, Joaquín y Luis, mi amigo Eliseo Osorno y yo, Marcos Tapias.   

            “Fueron dos años acompañando a mi abuelo, no de la mano como cuando estaba niño, sino como un joven maduro, estudiando juntos y compartiendo ideas, responsabilizándome cada día más en este recorrido de la convivencia, dentro y fuera de la música. 

            “Para el año de 1.922, mi abuelo conoció la existencia del Himno Nacional de Colombia, –“que fue oficializado mediante la ley 33 del 28 de octubre de 1.920, treinta y tres años después de que Rafael Núñez lo escribiera”[1] – y decidió comprar su partitura en el almacén de música del señor Rosendo Hurtado, en la ciudad de Medellín, y estrenarlo con la Banda en la fiesta patria del 20 de julio.”

         Marquitos, segundo director de la Banda de Música de Barbosa.  1.924 – 1.945

           

Dos años después de ese gran estreno musical, en 1.924, el estado de salud de don Luis María era sumamente grave y tuvo que desistir de la Banda. Llamó a una reunión en la que expuso su problema y dijo: 

            –Hagamos una votación para nombrar otro director–. La respuesta fue inmediata:

            –Nombremos a Marquitos, por supuesto, si él quiere–. Don Luis se puso muy contento y prosiguió:

            –Marquitos tiene la palabra.







[1] En: Rico Salazar, Jaime, pág. 18. La Canción Colombiana. Su historia, sus compositores y sus intérpretes. Grupo Editorial Norma. Bogotá, 2004. 821 páginas.
 

Marquitos me relató que sintió un susto extraño y que sólo pudo decir: “Para mí es mucho honor. Les agradezco con el alma la confianza que me han depositado y les prometo agotar todo esfuerzo por la perduración de nuestra Banda.” 

 

            Cuando en el país y en Antioquia se vivía un ambiente fuertemente conservador, con el presidente Pedro Nel Ospina, quien gobernó en el periodo de 1.922 a 1.926, de una hegemonía conservadora, a Marquitos le correspondió hacer cambios en la Banda de San Antonio y en su vida. Saber que la vida de don Luis se extinguía poco a poco, lo llenaba de nervios y de nostalgia. A veces se ponía a escribir alguna partitura para un músico, y las lágrimas regaban la tinta, lo que le hacía parar la escritura. Era una pesadilla que cada día era más fuerte, pues en la madrugada del 19 de febrero de 1.925, un cáncer acabó con la vida de don Luis María Tapias, hombre pionero y luchador que con esfuerzo y dedicación logró consolidar un sueño y darle un gran regalo a todo un pueblo, su primera Banda de música. 

            “El mismo día que murió –dijo Marcos– le dimos sepultura con un programa de honores dirigido por el padre Juvenal Vásquez, quien me pidió que le tocáramos el entierro en su nombre y con su Banda. Este gesto de gran solidaridad en el seno de la Banda se volvió costumbre. Yo creo que las energías que él inyectó en su Banda no perecerán nunca. Y lo digo porque de ahí en adelante sentíamos su presencia en toda fiesta que amenizábamos, lo que nos daba mucha fuerza para seguir adelante. 

            “Fue pasando el tiempo y con él, los malos momentos que nos dejan nuestros seres queridos cuando parten de este mundo, pero como la vida sigue, solo nos queda continuar en ella, buscando la conclusión de los propósitos fijados en el tiempo.” 

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