Parte 2
ENTRE SONES Y CORCHEAS SE CONSTRUYÓ UNA HISTORIA
Banda de música San Antonio
Municipio de Barbosa
BERNARDO ANTONIO TAPIAS AGUDELO
El Túnel de la Quiebra: el acercamiento de la Banda de Barbosa con los municipios vecinos
En el año de 1.926, a la altura de Santiago, corregimiento del municipio de Santo Domingo, Antioquia, comenzó la construcción del Túnel de la Quiebra, una obra de infraestructura que, para su época, era considerada una de las siete maravillas del mundo. Se hace hincapié en esta obra, porque fue un ir y venir de gentes de todo el país y del exterior para conocer esta maravilla.
Estación El Limón. Fotografía de archivo, Casa de la Cultura de Cisneros.
Desde 1.892 estaban listos los estudios del túnel de la Quiebra, por el ingeniero americano Anthony Jones. Dicho túnel, fue construido por la empresa canadiense Frasser Bracee Ltda., y se inició a comienzos de 1.926 para terminar en dos años, pero fueron necesarios tres años para su construcción, según me contó René Monsalve, director de la Casa de la Cultura de Cisneros.
El estudio y diseño del túnel fue la tesis de grado “El paso de la Quiebra del ferrocarril de Antioquia”, del ingeniero Alejandro López, quien se la entregó al ex gobernador de Antioquia Pedro Nel Ospina. Este la leyó y treinta años más tarde fue materializada por unos ingenieros americanos, quienes siguieron al pie de la letra el sueño del Túnel de la Quiebra que el ingeniero paisa plasmó en su tesis de grado de ingeniería civil en el año de 1899. Sus restos reposan a un costado de la entrada del túnel por el lado de Santiago, corregimiento de Santo Domingo, último deseo de este soñador.
Según contaba Marquitos, “este túnel fue de suma importancia para la Banda de Barbosa, porque los ingenieros eran muy entusiastas y hacían cada mes fiestas para los visitantes, amenizadas por la Banda de música, algo muy benéfico porque nos conoció mucha gente que visitó la obra y participó de las fiestas y se llevaron una buena impresión a sus pueblos.
Para que la Banda siguiera amenizando dichas fiestas, en el año de l.927, mirando la falta de algunos integrantes, unos porque decidieron irse y otros porque desafortunadamente fallecieron, se preparó un grupo de jóvenes, donde ingresaron Marcos Guzmán, Benjamín Gómez, José Tapias, Desiderio Tapias, alias ‘Tilelo’, y Eliseo Osorno. También se amplió el repertorio musical: Corazones sin Rumbo (pasillo de Simón de Jesús Vélez y Francisco Bustte), El Guatecano (bambuco de Emilio Murillo), La mula Rusia (pasillo de Lorenzo Esteban Herrera) y El Corrosco (canción parrandera de compositor anónimo).”
De acuerdo a lo que relató mi primo, se aprecia que la ampliación del repertorio musical sirvió mucho porque muy pronto comenzaron a llamarlos de municipios como Santo Domingo, San Roque, Cisneros y otros pueblos, aunque no era fácil en esos tiempos, justamente porque las vías de acceso a varios de ellos era por caminos de herradura y en los crudos invierno era una odisea. Además, cuando no había bestias tenían que remangarse hasta la rodilla y caminar con los zapatos al hombro. Y precisamente, en ese año en que estrenaron uniforme, diseñado por Marcos Guzmán (clarinetista de la Banda que dedicó su vida a la sastrería), en color blanco, pantalón de dril y camisa de género, que ofreció la mejor presentación para ese entonces.
Mientras la Banda estaba ampliando sus rumbos, el padre Juvenal Vásquez fue reemplazado por el sacerdote Luis María Ocampo, quien estuvo al frente de la parroquia sólo dos años, de 1.927 a 1.929; y luego lo sucedió el padre Jesús Antonio Arias, quien fue párroco hasta el año de 1.947.
Si bien en el año de 1.928 se estaba finalizando la época de la regeneración, donde el partido conservador perdía su hegemonía con Miguel Abadía Méndez como presidente de la República, para Marquitos, este año comenzó muy bien, con sus fiestas de siempre, tal como él contó:
“El primero de enero tocamos en Santiago, en la estación del Ferrocarril, con motivo del encuentro de los dos frentes del Túnel. Ese día, los ingenieros hicieron ternera a la llanera y dieron regalos para muchas familias del pueblo. Fue un día donde el progreso marcó la huella más importante para la historia de la región, fue un momento muy especial.”
Durante el tiempo que duró la construcción del túnel, fue un ir y venir de la Banda, con el fin de amenizar las fiestas que los ingenieros hacían, casi cada quince días, gastando parte de su salario. La inauguración de esta obra la celebraron el 7 de agosto de 1.929, con el paso del primer tren por el túnel. Ese día no cabía la gente: estaban el gobernador de la época, Camilo C. Restrepo, alcaldes de los pueblos del Valle de Aburrá y todo el que pudo ir a esta ceremonia con pañuelos blancos. Cuando apareció el tren, una alegría casi histérica se apoderó del público con el grito: “¡Viva el ferrocarril de Antioquia!” Fue el sello de un sueño de muchos años. La primera locomotora que cruzó el túnel fue la No.45, conducida por Ricardo Vásquez Tito. La locomotora era una máquina a vapor administrada con carbón y agua, la caldera del tren era prácticamente hermética, con llaves de escape. Era tan bella que hizo de Antioquia un orgullo superior”. Hoy, tristemente, reposa silenciosa bajo la muerte del óxido del tiempo.
Representación de la máquina de vapor, similar a la primera que cruzó el Túnel de la Quiebra. Archivo personal.
Con la construcción de este Túnel se abrió otra puerta para la Banda, debido al mejoramiento de las comunicaciones, porque por varios años fue requerida en Cisneros, Santo Domingo y Puerto Berrío para tocar en sus fiestas patronales. Como en esa época no había carretera de Barbosa para el nordeste del departamento de Antioquia, todos los viajes los hacían en tren, y los disfrutaban mucho, tal como lo contó Marquitos: “esos viajes eran muy amenos, porque tenían restaurante propio, y por fuera de él había muchos venteros ambulantes. Cuando llegábamos a la estación Botero, se subían seis u ocho muchachas treintonas con su canasta llena de hojaldras y recipientes con leche y no se oía sino, ‘hojaldras y leche’. Muchísima gente compraba para llevar a sus esposas o a sus mamás. Todo esto trasformaba la montada en tren en un magnífico paseo.”
Con este medio de transporte, la Banda expandía sus horizontes, por tal razón, dijo Marquitos: “en el año de 1.930, me dediqué a formar musicalmente un semillero de seis jóvenes y vincularlos a la Banda para las festividades de Semana Santa. Ellos fueron: Joel, Rafael y Caledonio, hijos de mi tío Rafael María Tapias. También, ingresaron los hijos de Antonio Escobar, Eduardo, Gerardo y Alfredo, oriundos de la vereda El Hoyo del municipio de Barbosa. Con estos muchachos quedó la Banda bien reforzada por varios años más. Aunque la situación económica fue muy precaria por el cambio de Gobierno, tanto que la Banda tocaba una Semana Santa por ochenta pesos, dinero que el padre Arias dividía en tres cuotas, más o menos en 10 meses, para poder pagarnos. Con el Municipio ocurría lo mismo: tocábamos un 20 de julio y nos cancelaban una semana antes del 12 de octubre.” Es decir, en los momentos difíciles, la Banda se sostuvo por una pasión más familiar que asociada a la cultura.
En este período se presentaron muchas transiciones en la administración municipal con el cambio de cinco alcaldes: Jesús María Saldarriaga, Emilio Uribe, Luis Jiménez, Francisco Orrego y Jesús María Cano, debido a los problemas de orden público y las diferencias entre los partidos políticos tradicionales, liberal y conservador, y a la situación económica y política del país que afectó a todos los pueblos.
Todo este panorama político y la inestabilidad del país y del mundo, manifestada durante la década de los treinta, influyeron en la economía, en lo social y por supuesto en lo cultural, al punto que la Banda de música también sintió sus embates, ya que continúo su labor, pero no con el mismo animo que lo hacían en años anteriores, pues el panorama político eran muy hostil para la inspiración.
Cuando Marquitos terminó este relato que duró tres largas horas, dijo:
–Bernardo, esto fue lo que viví con mi abuelito Luis María, y lo que yo he podido hacer hasta hoy.– Yo le dije que la alegría que sentí escuchando los pasajes de su vida en la música me daban escaramuzas emocionales que sólo me dejaron decir:
–¡Esto es hermoso! Qué dicha yo formar parte de esta Banda. ¿Usted qué opina Marquitos? – Él, sin mediar palabras, cogió un barítono que tenía colgado de un clavo, me enseñó a sonarlo y en una hoja de papel copió la escala musical, me dio las instrucciones necesarias y me dijo:
–Lléveselo y cuando aprenda lo que acabo de enseñar, vuelva.
A los ocho días, Marquitos se encontró con mi padre, y le preguntó:
–¿Cómo va Bernardo con el barítono?
–Mejor que yo –contestó–, porque no lo suelta ni para comer; es tanto, que ahora cuando salíamos para el pueblo, le dijo la mamá: “Siquiera se va a llevar ese aparato, para yo descansar.”
Marquitos, después de escuchar a mi papá, me dijo que sonara el instrumento, y di una demostración de manejo tan interesante, que me sugirió que bajara a los ensayos para que me preparara para la Semana Santa que sería dos meses después, aproximadamente.
En Semana Santa empezamos como miembros de la Banda Jesús ‘El Ñato’ Rúa, quien interpretaba el clarinete y yo, que estaba muy entusiasmado con el barítono. Tocamos toda la semana, y cuando Marquitos nos dio de a dos pesos, ‘El Ñato’ me dijo que no iba a volver, porque eso no era plata. Yo le dije que el sólo hecho de estar en la Banda era un honor y que tenía un significado valioso, pensando en un futuro. El me dio la razón, no volvió a comentar nada y siguió tocando.
Para mí, que estaba comenzando a vivir, fue un buen año porque mezclé mis sueños con el estudio de la música, ya que solo asistí seis meses a la escuela. La música era la mejor forma para superarme, ya que mi deseo era ayudarles a mis padres en el sostenimiento familiar. Con la idea de progresar en la música, compré un instrumento musical llamado cornetín, porque la práctica de este me obligaba a estudiar más, dedicándome con alma y vida a esta labor. Estos esfuerzos fueron recompensados cuando fui incluido entre los mejores miembros de la Banda, lo que me motivó mucho para seguir estudiando y lograr el deseo de mi vida que era ser un buen intérprete de la trompeta, que era el próximo instrumento que deseaba interpretar.
A comienzos de 1.946, Marquitos hizo una reunión de la Banda y nos dijo:
–Yo me siento muy mal de salud y, con el dolor de mi alma, tengo que retirarme. Por eso les propongo que hagamos una votación para elegir el nuevo director.
–No hay necesidad de votar –contestaron– porque consideramos que ese hombre es Bernardo, quien nos aventaja musicalmente en todos los aspectos y por ésta razón estamos de acuerdo que él sea nuestro director.
–Entonces Bernardo es el director –confirmó Marquitos–. Colabórenle mucho y respétenlo.
- El premio por su amor a la música. Bernardo Antonio Tapias Agudelo. 1.946-1.963
Aun de pantalón corto y muy asustado, sólo pude decir: “Dios les pague”. Marquitos expresó: “No se preocupe que yo lo voy ayudar en todo lo que sea necesario”, y concluyó diciendo: “muchas, pero muchas gracias por todos estos años de convivencia dentro de esta familia de la música, mis más sinceros deseos de triunfos para ustedes, al tener un gran hombre al frente, a pesar de su edad.”
Bernardo Antonio Tapias Agudelo a la edad de 19 años, cuando ya era director de la Banda. Archivo personal.
Por mi parte, yo les expresé a mis compañeros: “Yo quiero hacerlos partícipes del honor y la alegría que embarga mi alma, la designación como director de la Banda de Música San Antonio a la edad de 16 años, que puede parecer prematura, pero que asumiré como un gran reto para mi vida.”
Desde 1.946 hasta 1.950, asumió el poder como presidente de Colombia Mariano Ospina Pérez. En 1.947 se retiró el padre Jesús Antonio Arias y fue nombrado como nuevo párroco el presbítero Luis Eduardo Pérez Molina. Ese mismo año nos pusimos de acuerdo para estudiar solamente el día sábado, por la dificultad de que muchos vivíamos en algunas veredas del municipio, como El Peñasco, Potrerito, El Hoyo y El Viento, a media o una hora de camino. En las épocas de invierno era más difícil transitar, porque salíamos a veces lloviendo y todos acalorados por la luz de una simple vela. Estos factores se convertían en una odisea, pero el amor a la música era más poderoso y hacía que sorteáramos cualquier problema de salud que se nos pudiera presentar.
Después de ensayar, iba esporádicamente con algunos de mis compañeros a la tienda de Marquitos, a esa pieza con una estantería alta, en la que colocaban las gaseosas, el arroz y todo lo que vendían y donde, para bajarlos, utilizaban unas escaleras en las que Marquitos y su esposa, que esporádicamente le ayudaba, bajaban el surtido para su clientela, que cada ocho días bajaba al pueblo por su mercado. En ese recinto que le suministraba el sustento a Marquitos y a toda su familia, integrada por sus 4 hijos y sus 5 hijas, íbamos a charlar un rato con él. Un día, a principios del año 1.947, fuimos y no estaba. Ocurrió lo mismo en varias ocasiones, hasta que a mitad del año decidí ir a visitarlo a su casa y lo encontré muy enfermo. Pese a esto, hablamos un poco de tantas cosas que teníamos en común, y le dije que contábamos con un nuevo párroco, el padre Luis Eduardo Pérez Molina.
Esa fue prácticamente nuestra última charla, porque el 3 de noviembre de 1.947, un cáncer terminó con la vida de Marquitos, al igual que con su abuelo. Un hombre que llevaba la música en su sangre, y que cada palpitación era una nota musical para regalarle a su entrañable pueblo barboseño. La Banda le rindió un homenaje al maestro, al igual que en su momento lo hizo con don Luis María Tapias, convirtiéndose en una tradición por muchos años, con cada uno de los integrantes de ese grupo musical campesino.
Tristemente, los tiempos actuales pierden la sensibilidad de una tradición que costó identidad y dolor, una despedida de un integrante que se iba a tocar las melodías del cielo y dejaba un recuerdo de gratitud a las nuevas generaciones. Sin embargo, hoy parece que no importa ese pasado glorioso y esa semilla está pisoteada por las influencia del tiempo presente, por los hombres de hoy. Desde el año 2.010 comenzó a desaparecer poco a poco esta costumbre, quedando reducida la intervención de la Banda a la de un músico ejecutando el minuto de silencio, como imitando el último suspiro. En el velorio de Luis Fernando Ángel Vahos, en el 2.012, solo unos compañeros de música se hicieron presentes; concluyendo de esa manera un hermoso gesto de solidaridad que tuvo presencia por casi 100 años.
A comienzos del año 1.948, nos visitó en el ensayo el nuevo párroco, el padre Pérez. Nos saludó, se puso a la orden y nos prometió traer un maestro de música para preparar futuros artistas, ya que nosotros éramos autodidactas y no teníamos formación musical. Me dijo que buscara muchachos que quisieran estudiar música. En efecto, a los dos meses, llegó el maestro don Ramón ‘Nano’ Acosta, un hombre de un metro ochenta de altura, aproximadamente, de tez trigueña, amable y muy respetable, ebanista de profesión y músico formado en la Academia de Bellas Artes, para que mejorara notablemente la calidad musical de la Banda. De inmediato inició clases con nosotros y alternó con un grupo de catorce jóvenes, entre los cuales estaba Alberto Ángel Tabares, quien sobresalía por su talento musical, razón por la que lo vinculé a la Banda en ese mismo año.
Además del padre Pérez, quien contribuyó con su aporte de pagar los honorarios del nuevo maestro, la Banda también gozó del apoyo del padre Carlos E. Chica, colaborador del Párroco, quien con su entusiasmo por la música, siempre nos acompañaba y disfrutaba viendo los juegos pirotécnicos en las vísperas de las fiestas. De él también recuerdo que dirigió un colegio en la sacristía de la Iglesia San Antonio, del cual egresaron un grupo de jóvenes bien preparados académicamente, como Ramiro Guzmán, Baudilio Tobón, Joaquín Emilio Bustamante, Bernardo y Heriberto Morales, entre otros. Con muchos de ellos pude compartir mis habilidades musicales.
A comienzos del año 1.949, el maestro Acosta nos trajo un repertorio combinado con obras de la música clásica, en las que empezamos a estudiar algo que nunca habíamos visto. Esto impactó a todo el personal, pues eran músicos empíricos, quienes en las tardes mirando el paisaje de las hermosas montañas barboseñas tomaban un tiple, una bandola o una guitarra y se inspiraban. Fue como un baldado de agua fría para muchos, ya que les tocó empezar de cero, lo que acarreó muchas dificultades para estos músicos de cuna, que lo único que tenían a su favor era el oído musical extraordinario y que estaban llenos de amor por esta causa.
Durante el año 1.950, aparte de las fiestas, se continuó con el estudio del solfeo y los ensayos de lo aprendido. Este cambio afectó mucho a una considerable parte de la Banda, porque eran cosas totalmente nuevas para ellos, quienes eran maduros en edad, pero con escasos conocimientos en el área musical y sin deseos de aprender nuevas cosas para su vida. A pesar de las dificultades, se presentó un resultado favorable de este comienzo con don ‘Nano’, que fue la vinculación de Alberto Ángel Tabares como un excelente clarinetista en la Banda.
En 1.951, bajo la presidencia de Roberto Urdaneta (1.951-1.953), nuestra Banda entró en crisis debido a las alteraciones musicales, pues lo difícil era encontrar por medio de nuevas melodías el norte de la Banda. Todo ello trajo como consecuencia incomodidades, y con ellas, las renuncias de algunos integrantes, cada una con su historia particular de enfrentar un pasado empírico a un presente más técnico musicalmente hablando. Estos son algunos fragmentos de las renuncias orales que ellos me presentaron:
“Yo vivo en el hoyo, a una hora de camino. Vivo de la tierra. En invierno me toca salir lloviendo para acá y a veces de acá para allá, en las fiestas, los niños sufren mucho llevando la comida, aunque yo subo hasta la vereda Potrerito a encontrarlos, pero no deja de ser riesgoso. Estos motivos me obligan a renunciar. Gracias por las cosas buenas que viví con ustedes”, dijo Gerardo Escobar.
Por su parte, Marcos Guzmán expresó: “Ustedes saben que mi oficio es la sastrería y en las fiestas es cuando tengo más compromisos, pero aun así he querido luchar siempre por la Banda, por el amor a la música y ese calor humano que me han dado en tantos años, sin embargo, por ahora no puedo continuar. Gracias por tantas cosas bellas. Hasta luego.”
Mientras tanto, con la simpatía que siempre lo caracterizó, Benjamín Gómez nos dijo: “señores, uno bien viejo, bien ciego, esta luz bien mala y esta música bien difícil, me dicen que renuncie rotundamente. Muchas gracias”.
Estas renuncias fueron como una sentencia para otros miembros de la Banda, quienes se empezaron a desmotivar al no querer asistir a los ensayos. Esto me preocupó mucho. A veces me preguntaba: “¿Dónde estará el problema, en qué le habré fallado a mis compañeros?” Algunos me decían: “Sus decisiones son muy respetables, puede estar tranquilo”. Yo, que le tengo miedo a las palabras “No puedo”, pensaba en la impotencia de cuando decimos “Yo no soy capaz” ¿Serán estos elementos negativos los que nos llenan de miedo? Después de darle vueltas al problema, pensé que lo mejor era un campanazo de alerta y le dije al Maestro que habláramos con el Padre y me contestó que era lo más correcto.
Después que hablamos con el padre me dijo:
–¿Qué piensa hacer Bernardo con la Banda?
–En la fiesta de la Virgen de la Balvanera le daré la noticia de si se continúa o no con la Banda, en vista de que hay tan pocos músicos–. La esperanza mía, para que la Banda continuara, era el semillero de músicos que don ‘Nano’ estaba preparando.
Cuando terminamos la fiesta de la Virgen de Balvanera, en el mes de septiembre, inmediatamente el padre se acercó y me dijo:
–¿Qué noticias me tiene?– Yo, que ya había quemado el último pedacito de esperanza en vano, le dije:
–Padre, no hay Banda–. El padre, que tenía un poco de mal genio, ahí mismo se descompuso y me dijo:
–¡Se acabó la Banda por culpa suya!– y me zapateaba una y otra vez –¡Esto le va pesar!–, y volvía a zapatear.
El ambiente de histeria que se vivió en el atrio de la capilla San Pedro Claver, hoy parroquia María Auxiliadora, hizo que me fuera para la casa. Le dije a los muchachos: “Bien puedan váyanse para sus casas, que a ustedes los llaman a la Banda.”
Los músicos, que no se reponían de esta escena, me preguntaron:
–Maestro: ¿por qué esta decisión?
–¿Acaso creían que lo que les decía era mentiras? Yo los llamaba para que fueran a estudiar y ustedes no iban, y la Banda para atrás, y una Banda sin ensayar no sirve. El hecho de que se acabe la Banda es producto de su indiferencia, porque cuando no hay amor por lo que se hace, y no hay aprecio de lo que se tiene…
–¿Entonces que va pasar?
–Nada les va a pasar a ustedes. El padre los va llamar, pero yo me retiro.
Mi papá, que no pasó de ser un espectador más, me siguió para el Parque, acompañado de mi tío ‘Rafingo’ y me dijo:
–Bernardo, ¿qué hacemos?
–La Banda va a tener un revolcón, pero no se termina. Tal vez sí va ser muy difícil para muchos. Yo a ustedes les aconsejo que se retiren, para que eviten sin sabores más tarde.
Quince días después, me encontré con mi tío Celedonio y le pregunté:
–¿Cómo van las cosas? –, y me contestó:
–El padre nos llamó a que siguiéramos y nos puso en manos del maestro ‘Nano’ Acosta, pero estamos muy preocupados, porque un verraco como usted, tenemos que mandarlo a hacer. Estamos a la expectativa de los acontecimientos.
El 28 de noviembre de 1.951, el padre los reunió en la casa cural y les preguntó si estaban listos para tocar el novenario de la Inmaculada, y le contestaron:
–Padre, nosotros sin Bernardo no tocamos.
–¿Es que Bernardo es infalible?
–Infalible es sólo Dios, pero en este caso, Bernardo es indispensable.
–Vayan a buscarlo para hablar con él.
A las ocho de la noche yo estaba dormido; unos golpes en la puerta me despertaron.
–¿Quién es?– Pregunté. Eran mi primo Luis Tapias y mi tío Celedonio.
–¿Qué pasa? – Les dije.
–Es que el padre lo necesita.
–¿A mí?
–Sí a usted.
–¿Qué pasó pues?
–Vamos Bernardo, que allá se da cuenta de todo.
Cuando llegamos, lo primero que observé fueron caras alegres.
–Buenas noches–, dije. El padre, que se veía ansioso, ahí mismo dijo:
–Bernardo, los músicos dicen que sin usted no tocan, por eso lo mandé a llamar, para que nos dé una solución.
–Padre, yo nací para servir, por eso estoy aquí. Y quiero decirles que la decisión que tomé meses atrás no fue más que una voz de alerta frente a la indiferencia que veía por parte de algunos de los músicos a esta noble causa. Gracias a todos por depositar en mí tanta confianza–. El padre me abrazó y me dijo:
–Los muchachos lo quieren mucho, esto tiene una razón. Los espero el viernes para comenzar las novenas.
Después de superada esa dificultad, empezamos el año nuevo con una promoción de nuevos músicos preparados por don ‘Nano’. Ellos fueron Antonio Osorno (hijo de Francisco Osorno), Juvenal Osorno, Luis Osorno, Carlos Osorno (hijos de Bernardo Osorno), José Tapias, Horacio Tapias (hijos de José Tapias), Juvenal Tapias (hijo de Rafael María Tapias), Jorge Tapias (hijo de Marquitos Tapias), Francisco Tapias (hijo de Joel Tapias), Darío Sánchez (hijo de Antonio Sánchez), y Pastor Gómez (hijo de Benjamín Gómez).
En este tiempo logramos simultáneamente montar unas obras clásicas como Vals blanco y Ondas del Danubio, obras que con su armonía invaden los sentidos e inundan la mente con esos pasajes llenos de accidentes musicales, desde las partes graves hasta las partes agudas, formando una coreografía comparable con la topografía de nuestras montañas. Ese colorido sonoro, que sacia los oídos de niños, de viejos, y hasta de los animales, que también se quedan inmóviles cuando escuchan la música, esas melodías que nos hacen románticos, alegres, y hasta nostálgicos y, a veces, hasta nos hacen llorar. Esa música con algo de divino que se siente en los caminos, en los montes, en las laderas, en las orillas de las quebradas, en los ríos, en el mar y en los vientos. Piezas como esas me inspiraban y hacían que mi labor como director de la Banda fuera mucho más grata.
En 1.953, durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, el padre Pérez seguía con su apoyo a la Banda y además tuvo la idea de que la Semana Santa fuera más especial, por tal motivo compró unas imágenes de los apóstoles y de otros santos a los hijos de Álvaro Carvajal de Envigado, lo mejor en esculturas en esa época. Fue así como comenzó a hacer las mejores semanas santas del Valle de Aburrá, con un equipo de hombres llenos de imaginación artística, como Luis Estrada, Libardo Rojas, Heriberto Morales, ‘Suso’ Cañas y otros, a quienes el padre les daba una fotografía y a partir de ella formaban un “paso” con varias imágenes que representaban pasajes bíblicos en las procesiones de la Semana Santa. Desde ese momento y hasta nuestros días, ha sido la semana más significativa a nivel parroquial, municipal, de todo el Valle de Aburrá y, por qué no decir, de todo el departamento, ya que a lo largo de su historia han asistido muchos visitantes para disfrutarla, en especial el Domingo de Resurrección.
Si bien el padre Pérez contrataba a la Banda para las ceremonias religiosas, desde el año 1.940, la Banda no tenía un buen uniforme ni quién colaborara para conseguirlo, porque la situación era precaria, pero no para los comentarios que las rezanderas hacían, diciendo que la Banda parecía una colcha de retazos, porque cada uno de los músicos tenía un vestuario diferente.
Esto me dolió mucho porque lo que decían era cierto, pero más que todo porque la austeridad no daba ni para pensar en lo que valía un uniforme para tantas personas. Esto lo pensé muchas veces hasta que resolví hablar con el Padre, a quien le dije que si nos podía ayudar para comprar uniforme, y me dijo que estaba muy de acuerdo conmigo, que le hiciera la propuesta.
Presbítero Luis Eduardo Pérez Molina. Archivo parroquial.
Yo le propuse que cuando nos pagaran, nos diera solo el 50% y que la Banda tocaba de gratis, hasta pagar el otro 50%, y él aceptó. Ahí mismo me dijo: “Voy a hablar con un sastre de Medellín, el que me hace las sotanas, para que les tome las medidas y que traiga las muestras para que escojan el color. Esto lo hacemos en el ensayo, yo voy allá con el sastre”. Hablé con los compañeros y les conté en lo que había quedado con el Padre respecto a los uniformes. Ellos me dijeron: “Usted tiene toda la autonomía, así que disponga lo que a bien tenga.”
Gracias al respeto y el cariño que los miembro de la Banda tenían, se pudo superar esta urgencia tan importante como la de tener la Banda bien presentada para la fiesta de San Antonio. Por momentos, llegué a pensar que era un milagro, porque en esa época había una austeridad preocupante y ningún tipo de subsidio para la Banda, ni ninguna esperanza de que se recibiera ningún tipo de ayuda.
La felicidad que se sentía por el nuevo ambiente, la manifesté después de la procesión a Jesús Cañas, uno de los fotógrafos del pueblo, para que nos tomara una foto con cada uno de los integrantes de aquella bella época.
En esta fiesta de San Antonio, lo más especial fue el entusiasmo del padre Pérez que contrató a la Banda “La Mangueña” y a la chirimía del municipio vecino de Girardota. Recreó todo con bellos juegos pirotécnicos para hacer más especial la fiesta del patrono. Además, el maestro ‘Nano’ se encargó de conseguir la orquesta para los oficios religiosos: la salve de la víspera de la fiesta y la celebración eucarística de la misa principal.
Foto de la Banda el 13 de junio de 1.954, día que estrenó uniforme: un cachaco gris oscuro, que era lo más común en las bandas musicales de esos años. De pie, de izquierda a derecha: Luis Tapias, Luis Osorno, Horacio Tapias, Ramón Zapata, Darío Sánchez, el padre Luis Eduardo Pérez, el ‘Ñato’ Rúa, el maestro Ramón ‘Nano’ Acosta, Manuel Ángel, Juvenal Tapias, Caledonio Tapias, Rafingo Tapias y Eduardo Escobar. Adelante, de izquierda a derecha: Jorge Tapias, José Tapias, Bernardo Tapias, Carlos Osorno, Juvenal Osorno, Francisco Tapias. Archivo personal.
Chirimía de Girardota en la década del cincuenta
En este intervalo, las fiestas de los patronos de Barbosa y de otros santos tuvieron un realce notorio, porque el Padre buscó para cada celebración unos alféreces, es decir, las personas que aportan económicamente para cubrir el valor de la fiesta. Para representar estas personas, hacían un “festón” con un número de cintas equivalente a cada uno de los donantes. Este método tuvo muy buena acogida por la facilidad económica para los deseosos de participar en las festividades, además originó una gran devoción en los fieles e impregnó de un colorido espectacular a las ceremonias.
Al finalizar 1.959 se retiraron Juvenal Tapias y Juvenal Osorno, e ingresaron Antonio Escobar (hijo de Justo Pastor), Guillermo Tapias (hijo de Rafael, ‘Rafingo’), Pastor Gómez (hijo de Benjamín) y Octavio Tapias (hijo de Joel). Si bien la Banda se comenzó a ampliar en esta época, no fue por mucho tiempo, ya que en 1.963 empezó lentamente la menguante musical en la familia Tapias. Unas pocas lucecitas de este apellido se resisten a desaparecer por el amor a sus ancestros. ¡Qué hermoso!
Uno de esos Tapias que tuvieron que salir, fui yo, ya que por problemas personales que afectaban mi estabilidad física y la de mi familia tuve que retirarme de la Banda contra mi voluntad. Hablé con mis compañeros exponiéndoles las causas de esta determinación. Luego me puse de acuerdo con el profesor ‘Nano’ para nombrar a Manuel Ángel Tabares como nuevo director. Este joven reunía todas las características para desempeñar este difícil oficio, porque era muy buen músico, muy responsable y amante de la buena interpretación.
Le llevamos esta iniciativa al padre Pérez, quien escuchó los argumentos musicales. Además, tenía otra cualidad que al Padre le interesaba mucho, ya que trabajaba el arte de la decoración del templo parroquial, junto con don Evelio Carvajal, uno de los más conocedores del tema de la época. El padre no dudó un instante en mandarlo a llamar y darle esta nueva que sorprendió a Manuel, tanto que lo único que pudo decir fue:
–Padre, yo no sé tocar nada–. El padre le dijo:
–No importa, ahí está ‘Nano’ que lo entrena y despreocúpese que todo el grupo está de acuerdo para apoyarlo.
- La Banda y sus presentaciones por el país. Manuel Ángel Tabares. 1.963–2.005
Manuel Ángel es uno de los hijos del señor Manuel Ángel y la señora Rita Tabares. Nació el 8 de septiembre de 1.933. Es el hombre que desde su infancia lleva en su sangre la mezcla del espíritu musical y el amor al arte. Al llegar a su juventud, mira a su hermano Alberto en la ejecución del clarinete, que lo contagia de ese hermoso virus de la música y opta por estudiarla. Es así como en el año de 1.950 se integra a la Banda de música de San Antonio, para desarrollar sus habilidades. Su abnegación en el estudio, sus capacidades, su espíritu de compañerismo durante estos años son el crédito de este gran personaje.
La información de la Banda a partir de esta fecha hasta finalizar la historia, se basa, en parte, en la nota autobiográfica suministrada por Manuel Ángel Tabares, quien amablemente me la facilitó para poder cumplir mi sueño de escribir la historia de la Banda de Barbosa.